Hacía calor esa mañana, el
verano estaba resultando bastante intenso ese año. El joven Peter acababa de
despertarse, se vistió con la ropa de faena, se recogió los rebeldes pelos en
una coleta y salió a toda prisa de casa.
-Perdón llego tarde.- Dijo
apresuradamente según entraba por la puerta del señor Atkinson, el viejo gruñón
que regentaba la licorería del pueblo.
-Muchacho, últimamente no
haces más que retrasarte, al final tendré que pagarte menos.- Gruñó el viejo
con una sonrisita malévola.
El señor Atkinson era un
hombre mayor, bajito y rechoncho. Sus grandes gafas aumentaban el tamaño de sus
ojos verdes de forma cómica. A Peter le costaba tomarse enserio sus amenazas
cuando las llevaba puestas.
-Lo siento, señor Atkinson. ¿Hay
que llevar algún encargo a Loen?- Preguntó el joven algo ansioso.
-Ah, mmmm.- Rebuscó entre sus
papeles.- Veamos... Sí, hay un encargo de la taberna.- Miró al chico por encima
de sus enormes gafas. - Ya entiendo... ¿Quién es la chica? Eh, Bribonzuelo.-
Peter se ruborizó tanto que el anciano no pudo reprimir una sonora carcajada.
-Bueno chico será mejor que
salgas ya de aquí o se hará muy tarde.- Dijo el hombre mirando el reloj.
Aquella mañana hubo bastante
trabajo, tuvo que visitar varios pueblos de la zona para entregar barriles de
cerveza y otros licores. Cuando puso rumbo a Loen la hora de comer ya estaba
cercana.
Llegó a la taberna de Loen
cuando el sol brillaba en su punto más alto, el calor empezaba a ser
insoportable. Peter situó el carro cerca de la parte trasera de la taberna,
desató los caballos y los llevó un abrevadero cercano, estaban sedientos.
Entonces se dirigió a la puerta y llamó, una fuerte voz habló al otro lado.
- Ya va, ya va- Y un segundo
después un robusto hombre abrió la puerta.
James el tabernero era un
hombre bastante alto, de aspecto hosco, con cabellos grasientos y rojos como el
fuego, que hacían juego con su poblada barba. Pero, a pesar de aquella primera
impresión, James era un hombre calmado, gracioso y extremadamente ruidoso.
-Hombre muchacho ¡Ya iba
siendo hora!- Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. - Pensé que tendría
que servirles vinagre a mis clientes. Vamos descarga esos barriles y deja que
te sirva algo de comer. ¡Debes de estar hambriento!
Peter se sentó en la mesa de
la taberna agotado y empapado en sudor, el estómago le rugía. Alguien le sirvió
varios platos de comida al momento.
- Creí que hoy no te tocaba
venir. ¿Qué tal va todo?- Una bonita joven le miraba sonriente. Peter alzó la
vista y cuando vió a la muchacha se sonrojó.
-Ho... Hola... Natalie.
Bien...y tú ¿Qué tal?- Balbuceó el joven que tenía clavado sus ojos en el plato
de sopa.
Peter no lo sabía, pero
Natalie se había fijado en él desde el primer día. Recordaba perfectamente el
momento en el que abrió la puerta trasera y le vio, su pelo castaño recogido en
una torpe coleta, sus fuertes brazos que cargaban unos pequeños barriles y,
sobre todo, sus ojos redondos y de un color miel que la encandilaron.
-Oye Peter.- La joven hizo una
pausa, parecía algo nerviosa.- Verás, mañana se celebra la fiesta de las
hogueras... y...- Se ruborizó ligeramente y, apartando la mirada, añadió.- Me
preguntaba si querrías venir conmigo.
Peter casi se atragantó con un
trozo de cerdo asado, la proposición le había cogido por sorpresa. ¿En serio
Natalie acababa de pedirle que fuera con ella a la fiesta de las hogueras? Su
corazón latía con fuerza.
-Pues... Pu... ¡Claro que sí!-
Dijo casi gritando. Su cara estaba completamente roja pero miraba directamente
a los ojos de la joven, con una enorme sonrisa dibujada en la cara.
Peter se despidió de Natalie
asegurándole que mañana, en cuanto terminase el trabajo, acudiría a la plaza
del pueblo. Ambos acordaron encontrarse allí antes de que el sol se ocultase.
La tarde trascurrió de manera tranquila y
finalmente volvió a la licorería.
-¡Vaya parece que la hora de
salida sí que la cumples!- Bufó el anciano que, en aquel momento, estaba entre
varias pilas de papeles.- Tengo buenas noticias para ti.- Levantó la mirada de
los papeles y miró a Peter.- Mañana es la fiesta de las Hogueras y, como llevas
solo unos meses trabajando para mí, no repartimos nada ese día.- Peter miraba
atentamente a al anciano, con un brillo especial en los ojos.
- Eso quiere decir que ¿Tengo el día libre?- Preguntó Peter con algo de
impaciencia.
- No exactamente muchacho. Ese
día acostumbro a abrir un pequeño puesto en la plaza de Loen y...- Su boca
adquirió una sonrisa pícara.- Deberás ayudarme a llevar los licores hasta allí.
Pero tranquilo, una vez terminemos tendrás el resto del día libre.
Peter suspiró aliviado, le
gustaba aquel trabajo y el señor Atkinson era un jefe bastante peculiar, pero
no le habría gustado tener que trabajar la noche de las Hogueras. ¡Y menos la
de aquel año!
El sol se había puesto ya
cuando Peter se despidió de Atkinson y salió de la licorería. No le gustaba
demasiado regresar a casa caída la noche. Últimamente se escuchaban rumores de
gente que había visto luces misteriosas en los bordes de los caminos. En aquel
momento acudió a su memoria una vieja historia que su madre le contaba cuando
era niño, una en la cual las gentes que se aventuraban detrás de aquellas luces
desaparecían. Apresuró el paso, aterrado como un niño, deseando llegar lo antes
posible a casa.
Aquella noche le costó
bastante conciliar el sueño. Estaba demasiado nervioso por lo que pasaría en la
noche de las hogueras. ¿Se decidiría a decirle lo que sentía por ella? Esa
pregunta le estaba acosando desde la comida. Se quedó dormido mientras
imaginaba como transcurriría su cita con Natalie.
El señor Atkinson le hizo
trabajar duro. Los pobres caballos tiraban del carro a duras penas ya que
estaba lleno de demasiados barriles. Había licor de manzana, de melocotón, de
moras, cerveza añeja, negra, de trigo, además de bebidas propias de la
licorería como la cerveza especiada o el licor de aguanegra.
Cuando llegaron a la plaza de
Loen muchos de los comerciantes ya tenían sus puestos montados. Dejaron el
carro cerca de la taberna de James y este les esperaba ya en la puerta.
-Llegas tarde viejo Fergus,
cada año te retrasas más.- Gritó el tabernero dedicando una sonrisa a ambos.
-Ay James, estos caballos ya
están algo mayores para estas cosas. A ver si este año se nos da mejor y con
las ganancias compro un par nuevos.- Contestó Atkinson con aire despreocupado.
-Si
consigues dinero suficiente esta noche, como para comprarte dos caballos, te
juro que me retiro del negocio para siempre.- Bromeó James mientras empezaban a
descargar los barriles.
Para cuando acabaron de
montarlo todo y descargar todos los barriles ya había pasado más de media
mañana. La gente empezaba a salir de sus casas y, cerca de la hora de la
comida, la plaza estaba rebosante de actividad. Muchos habitantes de los
pueblos vecinos se habían animado a asistir a la celebración. La muchedumbre
deambulaba entre los puestos comprando comida, dulces, licores, artesanía y un
largo etcétera de cosas que allí vendían.
Peter buscaba con la mirada a
Natalie, estaba muy nervioso. Pero no fue hasta primera hora de la tarde,
cuando la plaza estaba más despejada, cuando ella por fin apareció. Estaba
hermosa, lucía un precioso vestido verde de seda, sus cabellos ondulados de
color miel caían suavemente sobre sus hombros y sus ojos grises buscaban a
alguien entre las gentes.
- Peter, Peter aquí.- Llamó la
atención del chico sonriendo.- Hola, me alegro de que hayas podido venir. ¿Ya
has terminado de trabajar?-
- S... Si, el señor James nos
ayudó y terminamos antes de lo esperado.- Peter sonreía bobamente y una cálida
sensación se apodero de él.
Fue una tarde increíble,
pasearon por el pueblo, recorrieron todos los puestos y tomaron unos licores en
el puesto del señor Atkinson, el cual les sacó los colores a la pareja.
Los últimos rayos de la tarde
iluminaban las calles de Loen cuando los chicos se sentaron en un banco a
descansar.
-Esto... Verás... Natalie...
yo quería...- Pero no pudo terminar la frase, ella se había acercado a él y le
besó. Fue un beso bastante torpe, se notaba que era el primero para ambos,
Peter creyó que su corazón iba a salirse del pecho. ¡Aquello no podía ser real!
Cuando se separaron el chico se pellizcó.- Auch.- Se quejó...
- Pero ¿Qué haces?- Preguntó Natalie avergonzada.
- Me pellizco para saber si
esto es real.- Contestó Peter risueño.
El humo empezaba a elevarse
sobre los tejados, ambos se apresuraron para llegar a la plaza a tiempo de ver
el encendido. Justo cuando entraron en la plaza las primeras llamas surgían
entre los grandes troncos apilados. Cuando estas alcanzaron cierta altura el
humo de una docena de hogueras, repartidas por todo el pueblo, se elevó hacia
el cielo nocturno.
Las bandas comenzaron a tocar
y en poco tiempo las gentes empezaron a danzar alrededor de las hogueras. Peter
y Natalie bailaron animadamente hasta bien entrada la noche. Cuando se cansaron
acudieron al puesto de Atkinson y se tomaron una última bebida. Peter acompañó
a Natalie hasta su casa.
- Lo he pasado de maravilla esta
noche, Peter, de verdad. Me alegro que hayas venido, espero verte pronto de
nuevo.- Le dijo la joven mirando tímidamente a Peter.
- Yo también lo he pasado
bien, ha sido una noche perfecta. Espero que James se quede pronto sin alcohol
para poder verte.- Dijo Peter entre risas.
Se miraron a los ojos durante
un largo momento y finalmente se fundieron en un profundo beso. Les costó un
rato separarse y tardaron algo más en despedirse. Finalmente Natalie entró en
su casa y Peter volvió al puesto de su jefe.
El señor Atkinson había bebido
más de la cuenta aquella noche. Cuando Peter llegó al puesto James estaba
terminando de guardar los barriles en la taberna.
- Me temo chico que el viejo
Fergus no podrá volver a casa esta noche. Ha bebido más de la cuenta.- Le
explicó James.- Puedes quedarte tú también aquí esta noche, si quieres.-
- No gracias James, creo que
debería volver a casa y también llevar el carro de vuelta a la licorería.- Dijo
Peter mostrando la responsabilidad que le caracterizaba.
Entre él y James cargaron los
barriles en la carreta, la mayoría ya vacíos. Peter dejó uno de los caballos en
el establo de la taberna, para que el señor Atkinson regresara a casa al día
siguiente, montó el en carro y se despidió cordialmente del tabernero.
El camino estaba oscuro, la
luna aún no había asomado y le costaba seguir dentro del trazado. Algo llamó la
atención de Peter unos metros delante, una pequeña luz se encendió al borde del
camino. Peter detuvo el carro.
-¿Hola?- Hizo una pausa escuchando atentamente.-
¿Hay alguien ahí?-
Nadie contestó, la luz seguía
brillando y se mecía suavemente unos metros más allá. Un frio se apoderó de
golpe de Peter, comenzó a temblar sin control, a su mente acudió aquella vieja
historia que su madre le contaba sobre las luces. Quería huir, salir corriendo
de aquel lugar y estar a salvo en su hogar, pero algo se lo impedía. Poco a
poco, como movido por unos hilos invisibles, Peter empezó a avanzar hacia
aquella luz.
No era dueño de su cuerpo, el
terror había tomado el control de su mente y perdió la noción de espacio y el
tiempo. Tras un largo rato aquella misteriosa luz se detuvo. Peter pudo ver
claramente que se trataba de un viejo farol, pero eso no fue lo único que vio.
Una oscura criatura lo sostenía, era negra totalmente, no poseía ni ojos, ni
nariz, ni orejas, solo disponía de una gran boca que en aquel momento dibujaba
una maligna sonrisa, enseñando sus afilados dientes. La criatura no era más
grande que un niño, pero sus brazos eran anormalmente largos.
Peter estaba al borde del
infarto, la visión de aquel terrible ser le producía un horror indescriptible,
pero lo que más miedo le daba era que su cuerpo no respondía. El muchacho
avanzó lentamente, una vez más, hacia el lugar donde se encontraba aquella
criatura. Peter gritó con todas sus fuerzas, pero no había nadie allí para
escuchar sus gritos de dolor.
Fin