viernes, 30 de diciembre de 2016

Una historia de Navidad (Historia de 2008)




-Abuelo ¿Porque todos los años en este día la gente no sale a la calle? - Preguntó la niña.
- Veras Lithia. Es una historia que muchos preferirían olvidar pero otros no podemos.- Contestó el abuelo.

- Hace varios años se perdió una niña, Naria era su nombre, la buscamos durante semanas pero lamentablemente no la encontramos.
Su familia se marchó de la cuidad poco después de que finalizasen las búsquedas. Y desde entonces cada año una fuerte nevada arremete contra la ciudad. El mismo día que Naria desapareció hace 5 años.
La gente murmura y algunos hasta aseguran haber visto al fantasma de la niña paseando por las calles de la ciudad las noches del 21 de diciembre. Por eso, mi niña, esta noche no salimos. La fuerte ventisca y el miedo a encontrarse con el fantasma hacen que la gente no abandone la seguridad de su hogar.- El abuelo concluyó su historia, en su rostro se podía observar su dolor, Lithia desconocía el porqué.

Esa noche el viento rugía fuera, un fuerte golpe hizo que Lithia se despertara sobresaltada.
Se levantó de su cama y miro por la ventana, la nieve caía fuertemente. Pero algo llamo su atención, a pocos metros de su ventana una niña pequeña lloraba. 
- Esa pobre niña está ahí fuera sola y se va a congelar.- Pensó Lithia, corrió al armario y se abrigó lo más rápido que pudo.

Salió a la calle, en busca de la niña. Allí estaba ella, con sus cabellos dorados empapados por la nieve, tiritando por una mezcla de frío y temor.
-¿Qué haces aquí fuera con la noche tan terrible que hace? - Dijo Lithia mientras se quitaba el abrigo.
-Me he…snif…perdido…snif…- contesto la muchacha entre sollozos. Lithia le puso su abrigo sobre los hombros.
-Gracias, muchas gracias.- dijo la niña de cabellos dorados.- Hace mucho tiempo que nadie se preocupaba por mi.-
-Ven a mi casa, aquí nos vamos a congelar- Exclamo Lithia, tiritando de frío.

Al año siguiente, ese mismo día 21 de Diciembre, todo el mundo se resguardaba en su casa, esperando la ventisca. La nieve empezó a caer, pero no de forma violenta, si no dulcemente, cubriendo poco a poco las calles. Noel, el abuelo de Lithia, salió de su casa, las lágrimas inundaban su rostro. En su mano, un hermoso ramo de flores que deposito en el lugar donde el año anterior su nieta había fallecido.
Cerró los ojos recordando algunos momentos felices y cuando los abrió allí estaban las dos niñas frente a él.

-Abuelito, ¿porque lloras? - Pregunto apenada Lithia.
-Papá no llore más, por favor- Suplicó Naria.

Antes de darse cuenta, todo el pueblo estaba allí, junto a él. Las niñas habían desaparecido. Su querida nieta Lithia y su hija Naria.

Desde entonces esa noche, en ese mismo lugar y cada año, los habitantes de la cuidad se reúnen para honrar la memoria de las dos niñas. Y algún que otro afirma haber visto a las dos niñas correteando entre la gente esa noche, justo en el momento en que empieza a nevar.
Fin

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Pratica 02

Denor había descendido hasta las mismas entrañas de la tierra. Si era cierta la leyenda que su abuelo solía contarle, todo terminaría pronto.

El último tramo de escaleras desembocaba en una pequeña puerta de metal, Denor la empujó con cuidado y esta se abrió con un leve chirrido. Un oscuro y estrecho pasillo apareció ante él. Un punto de luz, al final de este, renovó las fuerzas del muchacho. A cada paso que daba la luz se hacía más intensa, hasta que finalmente llegó a una gran sala. 

Denor no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. No había techo en aquella sala, en su lugar había algo que se parecía a un gran acuario. Cientos de peces de todos los colores nadaban de un lado a otro. Era algo maravilloso. Pero Denor no tenía tiempo, debía darse prisa o sería tarde. Apartó la vista de aquel fascinante techo marino y atravesó la sala a toda prisa. Tras varias galerías igual de mágicas que la primera, por fin llegó a su destino. 

Solo tenía que pasar una última prueba, cruzar el gran puente de cristal. Según la leyenda, este estaba custodiado por un guardián. No tardaría mucho en descubrir si era cierto o no. A medida que se aproximaba al final del puente una figura empezó a tomar forma humana. Todo sucedió muy deprisa. Antes de que la figura terminara de materializarse, Denor le asestó un golpe mortal con su lanza. La figura maldijo algo incomprensible antes de desvanecerse en miles de motas de polvo.
Al fin había alcanzado su objetivo, frente a él se alzaba el árbol de la vida. Por fin podría conseguir aquello que más deseaba. Solo necesitaba unas cuantas raíces de aquel árbol y rompería el conjuro que mantenía preso a su pueblo. 

El reloj de la torre empezó a funcionar nuevamente. El pueblo parecía despertar de un largo sueño, solo que uno de sus habitantes había desaparecido para siempre. Denor entrego la vida a cambio de salvar a su pueblo, donde se hallaba lo que más amaba en este mundo. Su mujer y sus hijos tendrían una segunda oportunidad gracias a su sacrificio.


Pratica escitura 1

La tormenta que se avecinaba estaba tomando un cariz aterrador. Los fuertes vientos se arremolinaban peligrosamente, se estaba formando un tornado. 

Jay se había despertado asustado, el último rayo había iluminado la habitación y por un momento creyó que era de día. Salió de la cama como una flecha, resbaló con un calcetín y se empotró contra la ventana. Se separó un poco del frío cristal y observó el cielo nocturno. 

Sus ojos, medio cerrados aun por el sueño, se abrieron de par en par al observar el aterrador espectáculo que se estaba desarrollando al otro lado de la ventana. Las tejas volaban de acá para allá, enormes amasijos de metal giraban en torno al gigantesco remolino, incluso parecía succionar los rayos que no dejaban de caer. 

Jay estaba seguro de una cosa, ese tornado no era obra de la naturaleza. Quizá era la respuesta de los etéreos a su osadía. Nadie que se hubiese enfrentado a ellos quedaba impune.

miércoles, 8 de enero de 2014

Luz de Medianoche


Hacía calor esa mañana, el verano estaba resultando bastante intenso ese año. El joven Peter acababa de despertarse, se vistió con la ropa de faena, se recogió los rebeldes pelos en una coleta y salió a toda prisa de casa.

-Perdón llego tarde.- Dijo apresuradamente según entraba por la puerta del señor Atkinson, el viejo gruñón que regentaba la licorería del pueblo.
-Muchacho, últimamente no haces más que retrasarte, al final tendré que pagarte menos.- Gruñó el viejo con una sonrisita malévola.

El señor Atkinson era un hombre mayor, bajito y rechoncho. Sus grandes gafas aumentaban el tamaño de sus ojos verdes de forma cómica. A Peter le costaba tomarse enserio sus amenazas cuando las llevaba puestas.

-Lo siento, señor Atkinson. ¿Hay que llevar algún encargo a Loen?- Preguntó el joven algo ansioso.
-Ah, mmmm.- Rebuscó entre sus papeles.- Veamos... Sí, hay un encargo de la taberna.- Miró al chico por encima de sus enormes gafas. - Ya entiendo... ¿Quién es la chica? Eh, Bribonzuelo.- Peter se ruborizó tanto que el anciano no pudo reprimir una sonora carcajada.
-Bueno chico será mejor que salgas ya de aquí o se hará muy tarde.- Dijo el hombre mirando el reloj.

Aquella mañana hubo bastante trabajo, tuvo que visitar varios pueblos de la zona para entregar barriles de cerveza y otros licores. Cuando puso rumbo a Loen la hora de comer ya estaba cercana.
Llegó a la taberna de Loen cuando el sol brillaba en su punto más alto, el calor empezaba a ser insoportable. Peter situó el carro cerca de la parte trasera de la taberna, desató los caballos y los llevó un abrevadero cercano, estaban sedientos. Entonces se dirigió a la puerta y llamó, una fuerte voz habló al otro lado.
- Ya va, ya va- Y un segundo después un robusto hombre abrió la puerta.

James el tabernero era un hombre bastante alto, de aspecto hosco, con cabellos grasientos y rojos como el fuego, que hacían juego con su poblada barba. Pero, a pesar de aquella primera impresión, James era un hombre calmado, gracioso y extremadamente ruidoso.
-Hombre muchacho ¡Ya iba siendo hora!- Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. - Pensé que tendría que servirles vinagre a mis clientes. Vamos descarga esos barriles y deja que te sirva algo de comer. ¡Debes de estar hambriento!

Peter se sentó en la mesa de la taberna agotado y empapado en sudor, el estómago le rugía. Alguien le sirvió varios platos de comida al momento.
- Creí que hoy no te tocaba venir. ¿Qué tal va todo?- Una bonita joven le miraba sonriente. Peter alzó la vista y cuando vió a la muchacha se sonrojó.
-Ho... Hola... Natalie. Bien...y tú ¿Qué tal?- Balbuceó el joven que tenía clavado sus ojos en el plato de sopa.

Peter no lo sabía, pero Natalie se había fijado en él desde el primer día. Recordaba perfectamente el momento en el que abrió la puerta trasera y le vio, su pelo castaño recogido en una torpe coleta, sus fuertes brazos que cargaban unos pequeños barriles y, sobre todo, sus ojos redondos y de un color miel que la encandilaron.
-Oye Peter.- La joven hizo una pausa, parecía algo nerviosa.- Verás, mañana se celebra la fiesta de las hogueras... y...- Se ruborizó ligeramente y, apartando la mirada, añadió.- Me preguntaba si querrías venir conmigo.

Peter casi se atragantó con un trozo de cerdo asado, la proposición le había cogido por sorpresa. ¿En serio Natalie acababa de pedirle que fuera con ella a la fiesta de las hogueras? Su corazón latía con fuerza.
-Pues... Pu... ¡Claro que sí!- Dijo casi gritando. Su cara estaba completamente roja pero miraba directamente a los ojos de la joven, con una enorme sonrisa dibujada en la cara.

Peter se despidió de Natalie asegurándole que mañana, en cuanto terminase el trabajo, acudiría a la plaza del pueblo. Ambos acordaron encontrarse allí antes de que el sol se ocultase.

 La tarde trascurrió de manera tranquila y finalmente volvió a la licorería.
-¡Vaya parece que la hora de salida sí que la cumples!- Bufó el anciano que, en aquel momento, estaba entre varias pilas de papeles.- Tengo buenas noticias para ti.- Levantó la mirada de los papeles y miró a Peter.- Mañana es la fiesta de las Hogueras y, como llevas solo unos meses trabajando para mí, no repartimos nada ese día.- Peter miraba atentamente a al anciano, con un brillo especial en los ojos.
- Eso quiere decir que ¿Tengo el día libre?- Preguntó Peter con algo de impaciencia.
- No exactamente muchacho. Ese día acostumbro a abrir un pequeño puesto en la plaza de Loen y...- Su boca adquirió una sonrisa pícara.- Deberás ayudarme a llevar los licores hasta allí. Pero tranquilo, una vez terminemos tendrás el resto del día libre.

Peter suspiró aliviado, le gustaba aquel trabajo y el señor Atkinson era un jefe bastante peculiar, pero no le habría gustado tener que trabajar la noche de las Hogueras. ¡Y menos la de aquel año!

El sol se había puesto ya cuando Peter se despidió de Atkinson y salió de la licorería. No le gustaba demasiado regresar a casa caída la noche. Últimamente se escuchaban rumores de gente que había visto luces misteriosas en los bordes de los caminos. En aquel momento acudió a su memoria una vieja historia que su madre le contaba cuando era niño, una en la cual las gentes que se aventuraban detrás de aquellas luces desaparecían. Apresuró el paso, aterrado como un niño, deseando llegar lo antes posible a casa.

Aquella noche le costó bastante conciliar el sueño. Estaba demasiado nervioso por lo que pasaría en la noche de las hogueras. ¿Se decidiría a decirle lo que sentía por ella? Esa pregunta le estaba acosando desde la comida. Se quedó dormido mientras imaginaba como transcurriría su cita con Natalie.

El señor Atkinson le hizo trabajar duro. Los pobres caballos tiraban del carro a duras penas ya que estaba lleno de demasiados barriles. Había licor de manzana, de melocotón, de moras, cerveza añeja, negra, de trigo, además de bebidas propias de la licorería como la cerveza especiada o el licor de aguanegra.

Cuando llegaron a la plaza de Loen muchos de los comerciantes ya tenían sus puestos montados. Dejaron el carro cerca de la taberna de James y este les esperaba ya en la puerta.
-Llegas tarde viejo Fergus, cada año te retrasas más.- Gritó el tabernero dedicando una sonrisa a ambos.
-Ay James, estos caballos ya están algo mayores para estas cosas. A ver si este año se nos da mejor y con las ganancias compro un par nuevos.- Contestó Atkinson con aire despreocupado.
-Si consigues dinero suficiente esta noche, como para comprarte dos caballos, te juro que me retiro del negocio para siempre.- Bromeó James mientras empezaban a descargar los barriles.

Para cuando acabaron de montarlo todo y descargar todos los barriles ya había pasado más de media mañana. La gente empezaba a salir de sus casas y, cerca de la hora de la comida, la plaza estaba rebosante de actividad. Muchos habitantes de los pueblos vecinos se habían animado a asistir a la celebración. La muchedumbre deambulaba entre los puestos comprando comida, dulces, licores, artesanía y un largo etcétera de cosas que allí vendían.

Peter buscaba con la mirada a Natalie, estaba muy nervioso. Pero no fue hasta primera hora de la tarde, cuando la plaza estaba más despejada, cuando ella por fin apareció. Estaba hermosa, lucía un precioso vestido verde de seda, sus cabellos ondulados de color miel caían suavemente sobre sus hombros y sus ojos grises buscaban a alguien entre las gentes. 
- Peter, Peter aquí.- Llamó la atención del chico sonriendo.- Hola, me alegro de que hayas podido venir. ¿Ya has terminado de trabajar?-
- S... Si, el señor James nos ayudó y terminamos antes de lo esperado.- Peter sonreía bobamente y una cálida sensación se apodero de él.

Fue una tarde increíble, pasearon por el pueblo, recorrieron todos los puestos y tomaron unos licores en el puesto del señor Atkinson, el cual les sacó los colores a la pareja.

Los últimos rayos de la tarde iluminaban las calles de Loen cuando los chicos se sentaron en un banco a descansar.
-Esto... Verás... Natalie... yo quería...- Pero no pudo terminar la frase, ella se había acercado a él y le besó. Fue un beso bastante torpe, se notaba que era el primero para ambos, Peter creyó que su corazón iba a salirse del pecho. ¡Aquello no podía ser real! Cuando se separaron el chico se pellizcó.- Auch.- Se quejó...
- Pero ¿Qué haces?-  Preguntó Natalie avergonzada.
- Me pellizco para saber si esto es real.- Contestó Peter risueño.

El humo empezaba a elevarse sobre los tejados, ambos se apresuraron para llegar a la plaza a tiempo de ver el encendido. Justo cuando entraron en la plaza las primeras llamas surgían entre los grandes troncos apilados. Cuando estas alcanzaron cierta altura el humo de una docena de hogueras, repartidas por todo el pueblo, se elevó hacia el cielo nocturno.
    
Las bandas comenzaron a tocar y en poco tiempo las gentes empezaron a danzar alrededor de las hogueras. Peter y Natalie bailaron animadamente hasta bien entrada la noche. Cuando se cansaron acudieron al puesto de Atkinson y se tomaron una última bebida. Peter acompañó a Natalie hasta su casa.
- Lo he pasado de maravilla esta noche, Peter, de verdad. Me alegro que hayas venido, espero verte pronto de nuevo.- Le dijo la joven mirando tímidamente a Peter.
- Yo también lo he pasado bien, ha sido una noche perfecta. Espero que James se quede pronto sin alcohol para poder verte.- Dijo Peter entre risas.

Se miraron a los ojos durante un largo momento y finalmente se fundieron en un profundo beso. Les costó un rato separarse y tardaron algo más en despedirse. Finalmente Natalie entró en su casa y Peter volvió al puesto de su jefe.

El señor Atkinson había bebido más de la cuenta aquella noche. Cuando Peter llegó al puesto James estaba terminando de guardar los barriles en la taberna.
- Me temo chico que el viejo Fergus no podrá volver a casa esta noche. Ha bebido más de la cuenta.- Le explicó James.- Puedes quedarte tú también aquí esta noche, si quieres.-
- No gracias James, creo que debería volver a casa y también llevar el carro de vuelta a la licorería.- Dijo Peter mostrando la responsabilidad que le caracterizaba.

Entre él y James cargaron los barriles en la carreta, la mayoría ya vacíos. Peter dejó uno de los caballos en el establo de la taberna, para que el señor Atkinson regresara a casa al día siguiente, montó el en carro y se despidió cordialmente del tabernero.
El camino estaba oscuro, la luna aún no había asomado y le costaba seguir dentro del trazado. Algo llamó la atención de Peter unos metros delante, una pequeña luz se encendió al borde del camino. Peter detuvo el carro.
 -¿Hola?- Hizo una pausa escuchando atentamente.- ¿Hay alguien ahí?-
Nadie contestó, la luz seguía brillando y se mecía suavemente unos metros más allá. Un frio se apoderó de golpe de Peter, comenzó a temblar sin control, a su mente acudió aquella vieja historia que su madre le contaba sobre las luces. Quería huir, salir corriendo de aquel lugar y estar a salvo en su hogar, pero algo se lo impedía. Poco a poco, como movido por unos hilos invisibles, Peter empezó a avanzar hacia aquella luz.

No era dueño de su cuerpo, el terror había tomado el control de su mente y perdió la noción de espacio y el tiempo. Tras un largo rato aquella misteriosa luz se detuvo. Peter pudo ver claramente que se trataba de un viejo farol, pero eso no fue lo único que vio. Una oscura criatura lo sostenía, era negra totalmente, no poseía ni ojos, ni nariz, ni orejas, solo disponía de una gran boca que en aquel momento dibujaba una maligna sonrisa, enseñando sus afilados dientes. La criatura no era más grande que un niño, pero sus brazos eran anormalmente largos.

Peter estaba al borde del infarto, la visión de aquel terrible ser le producía un horror indescriptible, pero lo que más miedo le daba era que su cuerpo no respondía. El muchacho avanzó lentamente, una vez más, hacia el lugar donde se encontraba aquella criatura. Peter gritó con todas sus fuerzas, pero no había nadie allí para escuchar sus gritos de dolor.


Fin